El sabor amargo de los frutos rojos

Por Carolina Martínez Moreno

Esta entrada ha sido publicada previamente en el blog de Antonio Baylos

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Fotos de Stock por Vecteezy

Bajo el expresivo lema ¡Abramos las cancelas!, el colectivo Jornaleras de Huelva en Lucha (hoy ya constituido formalmente como asociación), La Laboratoria, Espacio de investigación Feminista, Museo en Red (Museo Reina Sofía) y Abogadas Sociedad Cooperativa Andaluza lograron coordinar a un grupo de mujeres activistas, periodistas, realizadoras y juristas –entre las que tuve el privilegio de encontrarme— para viajar los días 22 a 24 de mayo a la provincia onubense con el fin de poder entrevistarnos y dialogar con algunas de esas mujeres y poder documentar y relatar cuál es la situación de las jornaleras autóctonas y, en particular, de las migrantes estacionales que viven y trabajan en los cultivos de frutos rojos de dicha provincia. No resulta fácil resumir esta increíble e impactante experiencia, pero lo voy a intentar. 

Lo primero que salta a la vista es la discriminación sistémica e intersectorial que resulta del modo en que se articula la contratación en origen de las trabajadoras marroquíes. En general, mujeres jóvenes o de mediana edad, casadas y con cargas familiares –a veces, previo pago de un precio, les atribuyen más hijos de los que en verdad tienen para tener preferencia en la contratación—, y procedentes del mundo rural. Características todas ellas que, frente a las anteriores inmigrantes de países del Este de Europa, parecen presentar la ventaja de garantizar una mayor docilidad y asegurar el retorno a sus países de origen el término de la campaña. Las propias jornaleras presienten que con ese mismo objetivo algunas empresas puedan dejar de llamar a las más veteranas para sustituirlas por trabajadoras más jóvenes e inexpertas. Nos cuentan también que en algún caso, si a la llegada la mujer se encontraba en estado de gestación, lo más probable es que no se le encargase trabajo y se viera obligada a permanecer en el alojamiento, sin ingresos y sin atención, y teniendo que vivir de la caridad de las compañeras. En ocasiones, son además víctimas de violencia machista por sus propios maridos. Todo ello, sumado al problema del idioma y a que ni se les informa ni se les entrega documentación sobre las condiciones en que se va a desenvolver su vida y su labor, ofrece en panorama de precariedad y desvalimiento.

En los asentamientos de personas que permanecen en España en situación irregular los abusos, la desprotección y la extrema vulnerabilidad son aún más patentes. La primera tarde nos dividimos por grupos, y la mujer en cuya chabola fuimos amable y acogedoramente recibidas las integrantes del mío nos contaba que eran los propios empresarios hortofrutícolas quienes les venden los palés, el cartón y los plásticos con los que confeccionan sus precarias pero aseadas viviendas, a razón de 1 euro por palé. Disponen de luz eléctrica porque sus compañeros se ocupan de instalar paneles solares. Por su parte, las trabajadoras que se alojan en viviendas ubicadas en el interior de las fincas con las que pudimos dialogar al día siguiente nos decían que se ven obligadas a abonar el alquiler, los suministros, el ajuar y los objetos domésticos, que nunca se renuevan. Dos de ellas nos cuentan que una vez se averió la lavadora, y al volver el año siguiente la encontraron en el mismo estado en que la habían dejado. Y que los bienes de primera necesidad como alimentos o productos de higiene los tienen que adquirir en una tienda patronal a precios más elevados que en el exterior. Un auténtico truck system en pleno siglo XXI.

Una práctica extraña que no supimos discernir consiste en que les cargan en la cartilla el importe de un seguro concertado por la empresa con una conocida entidad financiera que no saben para qué es, ni qué cubre, ni mucho menos acceden a documentación alguna con las condiciones del contrato. Más recientemente, en lugar de libreta han pasado a proporcionarles una tarjeta, de modo que no pueden tener información de los movimientos de sus cuentas ni de los descuentos que les practican.

Los gastos de viaje los sufragan ellas; y, con motivo de la pandemia, las pruebas PCR que tuvieron que realizar antes de viajar a España las pagaron también ellas (40 euros). Como protestaron, les reintegraron ese dinero, pero para su retorno tenían que someterse a otra prueba sin la garantía de que en destino les fueran a compensar por el coste de la misma. Las mascarillas también se las costean ellas, aunque el gel hidroalcohólico nos dicen que sí lo ha proporcionado la empresa. No es raro que tras soportar todos esos gastos a algunas no les quede dinero ni para llevar a sus hogares ni para volver a su lugar de origen.

En el desarrollo del trabajo la situación que viven no es mucho mejor. Sin que se suscriba un pacto de exclusividad ni nada que se le asemeje, las empresas las sujetan a su poder de control, impidiéndoles hacer horas por las tardes en otras fincas. Y son frecuentes los abusos por parte de las “manijeras”, que son las que organizan las cuadrillas y administran los castigos, normalmente consistentes en el confinamiento en los alojamientos por unos días, sin trabajo ni ingresos. Nos relatan asimismo que las “listeras” a veces les apuntan menos cajas de frutos de las que realmente han recogido, con idéntica penalización por no haber alcanzado el rendimiento exigido. No tienen permiso para ir al baño, y hacen sus necesidades en el tajo o en el campo un poco apartadas del lugar de trabajo; les prohíben hablar entre ellas, llevar auriculares para escuchar música (incluso uno sólo) o ponerse ropa de tirantes para poder soportar las altas temperaturas que imperan debajo de los plásticos.

Les preguntamos entonces por la prevención de riesgos y la protección de su salud y nos dicen que, efectivamente, al comienzo de la actividad les advierten en general de los riesgos, pero que si tienen un accidente o enfermedad la empresa se desentiende, las dejan en la casa sin cobrar, viviendo de la solidaridad, por lo que con frecuencia se sienten forzadas a reintegrarse a las labores antes de estar recuperadas por completo. Con motivo del fallecimiento de una compañera tuvieron que hacer un bote entre todas para poder repatriar el cadáver. En algunos casos si se enferman simplemente las despiden. Nos dicen también que la fumigación de los cultivos tiene lugar mientras ellas recolectan los frutos, sin procurarles equipo de protección alguno ni adoptar otro tipo de cautela.

Concluida la faena diaria les encargan limpiar los alojamientos o los campos. Una de ellas nos cuenta que por una botella de refresco le limpian el coche al encargado; y que a la encargada marroquí –que designa la empresa, y es la que les castiga o reprende si protestan— la apaciguan trayéndole regalos de su país y “manteniéndola” una vez aquí (le compran cosas…). Le tienen pavor, hasta el punto de que una mujer murió recién llegada por temor a molestarla con las quejas sobre su dolencia. Si alguna vez se anuncia la visita de una ONG les ordenan organizarlo todo y que estén calladas. Sólo habla el ama de llaves y la encargada. 

Un relato aún más estremecedor si cabe lo escuchamos en Lepe, para garantizar la privacidad y la reserva, parapetadas detrás del autobús en un parking de un centro comercial que se encontraba cerrado por ser domingo [https://www.eldiario.es/desalambre/basima-jornalera-marroqui-sangre-durante-dias-dolor-pedi-jefe-medico-lugar-despidio_1_7993632.html]. Esa trabajadora, madre de tres hijos, entre contenidos sollozos nos contó que vino para intentar mejorar la vida de su familia, con su documentación en regla y un reconocimiento médico hecho en Marruecos. Pero al poco tiempo de llegar se enfermó. Tenía pérdidas de sangre y un fuerte dolor abdominal y estaba muy asustada. Aun así, acudía igualmente al trabajo. Cuando intentó comunicarlo a los encargados, simplemente la ignoraron. Finalmente, decidió ella misma buscar ayuda, y se aventuró a salir de la finca y encaminarse a algún lugar donde pudieran prestarle la debida atención. Localizada e introducida en un coche por la encargada, ya en los alojamientos fue objeto de la iracunda reacción de otro responsable, que trató incluso de agredirla. Por fin, le dicen que recoja sus cosas y firme un documento que resulta ser un cese voluntario durante el período de prueba. La encargada le dice que dé gracias porque podría haber sido peor. Y la abandonan en una carretera. Allí la recoge una pareja que la conduce a un locutorio. Y tras diversas vicisitudes logra que la lleven a un hospital donde le diagnostican un cólico nefrítico y le pautan medicación. Entre tanto, su familia consigue a través de las redes sociales contactar con Jornaleras en Lucha que le procura acogida en una vivienda por medio de una ONG. Tiene previsto que en tres meses le hagan un nuevo reconocimiento médico, pero antes de ese plazo caduca su visado. Se encuentra sin trabajo y sin dinero.

Como se apuntaba hace un momento, los testimonios en que hemos basado nuestro informe jurídico enumerando los incumplimientos que consideramos que se están dando –lo que no significa que no hayamos recibido noticia de empresas que sí cumplen y tratan con humanidad a estas mujeres— [https://jornalerasenlucha.org/la-situacion-de-las-jornaleras-de-huelva-en-la-industria-del-fruto-rojo-informe-juridico/] se tuvieron que recoger en reuniones y entrevistas que llevamos a cabo en lugares apartados y alejados de carreteras o fincas por temor de las jornaleras a ser vistas hablando con nosotras y sufrir represalias por ese motivo. Por supuesto, no tenemos ni una foto de ellas ni con ellas. 

El silencio y el miedo son una constante. Y el miedo, como decía Frank Herbert en Dune, “mata la mente”, genera conflictividad interpersonal y disuelve el vínculo de solidaridad que es el sustrato necesario para organizar cualquier acción o mecanismo de defensa colectivos. Sobre todo en los asentamientos donde sobreviven las personas que se encuentran en situación irregular el ambiente que se respira genera desconfianza y recelo. Esto es lo que nos cuenta Salma (nombre ficticio) al relatar el trágico episodio del incendio de una chabola donde fallecieron un hombre y una mujer, e insinuar que se conoce al autor y que el origen es una rencilla o conflicto personal. Y cuando nos dice que hay quien tiene contactos que pueden –aun sin permiso— conseguirles empleos de cuidado de personas o servicio doméstico, y que se venden contratos y empadronamientos. En resumidas cuentas, que operan mafias y redes de influencia, favores y chantajes. Mientras que en el caso de las fincas con jornaleras del contingente, las hostilidades provienen, como ya se ha descrito, de los abusos de los y las encargadas. Y lo peor, da la sensación de que no hay una respuesta por parte de las autoridades y de los poderes públicos respectivamente competentes.

Por su parte, las organizaciones sindicales mayoritarias del sector y el territorio con las que nos entrevistamos la mañana del último día –es justo y doloroso decirlo— mostraron verdadero desinterés por la dura realidad de estas mujeres, que al parecer no constituyen masa crítica porque no se afilian. Si acaso, ocurre lo contrario, recelan de sus iniciativas asociativas particulares. Me cuesta mucho trabajo asimilar que organizaciones que tienen constitucionalmente reconocido un papel institucional que va mucho más allá del vínculo de afiliación no manifiesten el más mínimo sentimiento de piedad y responsabilidad en relación con una situación de este cariz, ni se hayan planteado en momento alguno estrategias de acción sindical en defensa de los derechos humanos y laborales de las jornaleras de la fresa.

Tal vez no sea casual que esa misma tarde, volviendo a Madrid, tuviéramos noticia por la prensa digital de la primera asamblea provincial de mujeres temporeras organizada por CCOO en Ayamonte [https://huelva24.com/art/149566/ccoo-organiza-en-ayamonte-la-primeraasamblea-provincial-de-mujeres-temporeras#ath].

Pese a todo, y gracias a la acción infatigable de Jornaleras de Huelva en Lucha –ya constituida como asociación— y al tesón y la fortaleza de jóvenes mujeres como Maisaa (nombre ficticio), esa solidaridad está presente y es vigorosa. Admirable, ejemplar y emocionante.

Otros enlaces relacionados:

https://t.co/WRtlko8SQl?amp=1

https://www.eldiario.es/desalambre/jornaleras-huelva-necesita-inspeccion-empieza-temporada-termina_1_8045911.html

https://www.eldiario.es/desalambre/mujeres-trabajadoras-campo-historias-abusos-explotacion_130_7977838.html

https://www.ohchr.org/SP/NewsEvents/Pages/DisplayNews.aspx?NewsID=25524&LangID=S

https://ctxt.es/es/20210701/Politica/36671/jornaleras-Huelva-abusos-informe-ministerios-Igualdad-trabajo.htm

http://revista.lamardeonuba.es/supermercados-daneses-suspenden-la-compra-de-frutos-rojos-de-huelva-tras-las-investigaciones-que-denuncian-violaciones-de-derechos-fundamentales-en-las-empresas-de-sus-proveedores/

https://www.aljazeera.com/amp/news/2021/7/10/in-spains-strawberry-fields-migrant-women-face-sexual-abuse?__twitter_impression=true

https://www.diariodesevilla.es/juzgado_de_guardia/sentencias/Audiencia-Huelva-temporeras-marroquies-condiciones_0_1580542848.html