La necesaria revisión del funcionamiento del sistema alimentario

Extraído del diario La Nueva España, 6 de septiembre de 2020.

«La aparición del Coronavirus propició una respuesta coordinada para enfrentarse a una emergencia social y estrechó la relación entre productor y consumidor»

Cecilia Díaz Mendez

La serie de artículos de la Red Estratégica de grupos de investigación en Sostenibilidad Alimentaria (SOSTALIMEN) aborda hoy los cambios que la pandemia propició en el sistema alimentario.

La aparición de la COVID-19 ha alterado el funcionamiento del sistema alimentario y ha propiciado una respuesta coordinada entre los actores que lo integran, desde el productor al consumidor, para enfrentarse a la situación de emergencia social. Las redes de producción y distribución alimentaria nacionales, regionales y locales aseguraron la provisión de alimentos, dando respuesta a las necesidades básicas de toda la población. La seguridad de este abastecimiento, confirmada tras las primeras semanas de preocupación, introdujo un elemento de estabilidad en las rutinas cotidianas de los ciudadanos, generando la confianza necesaria para sobrellevar la dura situación de confinamiento.

Pero el estado de alarma y la situación de confinamiento ha sido un dramático experimento social. Los ciudadanos han tenido que modificar sus rutinas diarias para hacer frente a un peligro de salud sin precedentes. El confinamiento obligó a un cambio en la organización de la vida diaria con efectos sobre el sistema alimentario. Los vínculos entre productores, industria y distribuidores se fortalecieron para responder colectivamente a la urgencia. El apoyo de las administraciones al sector agroalimentario y al trasporte de mercancías evitó desabastecimiento de productos. Se estrechó la relación directa entre productor y consumidor favorecida por el uso de internet. Las redes formales e informales de proximidad sirvieron de nexo entre los hogares y las tiendas de alimentación. Los representantes de unos y otros sectores confirman la cooperación durante los meses de aislamiento social.

La emergencia supuso una des-rutinización, una reorganización de las actividades cotidianas, pero también una activación de capacidades habitualmente ocultas o ignoradas en el propio sistema alimentario. En todos los niveles se han afrontado interesantes retos: para un pequeño agricultor o ganadero vender a través de las redes sociales la cosecha; para una industria local reorganizar sus compras al carecer de un proveedor habitual; para un supermercado o una tienda de barrio replantearse su estrategia comercial ante la demanda en masa de algunos productos; también ha sido un reto en el hogar, para planificar la comida y la compra y activar las habilidades culinarias al tiempo que se respondía al teletrabajo. Han sido interesantes desafíos que han resultado ser reveladores de la necesidad de planificación y cooperación que habitualmente se asume como parte de la rutina cotidiana de compra y consumo, de producción y venta, de transporte y comercialización…

El periodo de confinamiento ha contribuido a visibilizar el funcionamiento del sistema alimentario en sus aspectos más positivos, y no solo el convencional. Se ha mostrado una cadena alimentaria muy organizada y eficiente acompañada de una ágil logística que ha dado respuesta a las necesidades alimentarias de toda la población española.

Pero los científicos y las instituciones no han hecho esperar su reflexión acerca de los efectos negativos de la COVID-19 sobre el sistema alimentario y han desarrollado amplias propuestas en aras de crear un estado de opinión favorable a la revisión del actual sistema alimentario.

Las Naciones Unidas, la FAO, la OMS, la Comisión Europea y la OCDE, han realizado informes específicos para ofrecer un balance de la situación alimentaria tras el confinamiento y coinciden al señalar que el abastecimiento ha funcionado durante la pandemia, corroborando que existen suficientes alimentos para abastecer al planeta. Sin embargo, también señalan que son muchas las disrupciones que han impactado en la cadena agroalimentaria, desde la producción al consumo.

La COVID-19 ha perturbado la seguridad alimentaria internacional y ha provocado un aumento de la inseguridad alimentaria en los países más pobres: escasez de alimentos, contagio entre trabajadores del sector agrario y alimentario, dificultad para adquirir productos básicos. La bajada de ingresos asociada a la crisis sanitaria también está afectando a los países con suficiencia alimentaria y los cambios en los hábitos han supuesto una deriva hacia pautas alimentarias menos saludables.

También se espera un aumento de personas que demandan ayuda alimentaria e impactantes efectos sobre la ya grave malnutrición infantil, con el consiguiente aumento del sobrepeso y la obesidad como signos de una deficiente alimentación en sociedades en las que no faltan alimentos.

La alarma ante un colapso en la demanda de productos agroalimentarios, provocada por el aumento de los casos de COVID-19, se acompaña de la preocupación por la inocuidad de los alimentos, los picos de precios, el agravamiento de la inseguridad alimentaria entre los más desfavorecidos o los efectos de la crisis económica sobre los productores.

También vinculados a la COVID-19, aunque ya visibles desde hace décadas, alarman los efectos medioambientales provocados por el cambio climático, que sigue siendo un factor de incertidumbre para las poblaciones más pobres del planeta en la que no se descartan carencias básicas de comida y agua, pero que afecta a todo el planeta. 

Esta evaluación de organismos e instituciones internacionales, aunque planteada desde diferentes puntos de vista (económico, social, medioambiental, sanitario), les permite coincidir al afirmar que la pandemia ha venido a poner de relieve la necesidad urgente de transformar los sistemas alimentarios mundiales en beneficio tanto de la salud humana como de la salud del planeta. Sus reflexiones animan a replantearse cómo se producen, procesan, venden y consumen alimentos y los desperdicios que genera la cadena agroalimentaria.

En los últimos años el Eurobarómetro de Seguridad Alimentaria y Nutrición (2010, 2019) nos alertaba de la creciente desconfianza de los ciudadanos europeos en el sistema alimentario, centrando su descontento, en particular, en la industria alimentaria y en la producción, pero también en los medios de comunicación y en algunas instituciones gubernamentales.

Quizás sea el momento de abrir un proceso de diálogo y movilizar a los actores del sistema alimentario para mejorarlo, para conocer el origen de esta desconfianza y avanzar colectivamente hacia una alimentación saludable y sostenible para todos.